domingo, 29 de julio de 2012

El Imparable.

El sonido más terrorífico que he podido escuchar nunca jamás es el eco de los pasos del segundero de un reloj abriéndose paso en círculos a través del imparable. El imparable, sí; así es como le llamo yo, porque nunca se detiene, nunca cesa y siempre te la juega. Ya sea triste o alegre, se hace corto cuando lo quieres disfrutar, y se hace terriblemente duradero cuando quieres que cabalgue. Y durante todo ese tiempo, lo peor que puede ocurrir o suceder es, práctica y absolutamente nada.

La realidad se deshace a trocitos, parece que lo puedes controlar pero; esos trocitos no son más que pedazos de tu alma que antes de caer simplemente se congeló. Y mientras contemplas atónito como esos sucios cristales se van evaporando poco a poco, tan solo lo oyes e intentas comprenderlo entre todo ese silencio.

De repente, algo sucede, algo no va bien, algo no funciona. Se hace el caos de la nada que nace a modo de recuerdos y, gritos, llantos, lamentos y suspiros envuelven la habitación. Simplemente te levantas e introduces esa llave por esa ranura hecha perfecta justo para que encajen a la perfección, para que pueda encajar como aquello que nunca has visto que encaje antes de ese momento, para que encaje como ni tú mismo has sabido encajar lo sucedido; y tan solo vuelves a dar cuerda una vez más al viejo y ruñido reloj, él es el único que te conoce, y mucho más que tú, porque te ha acompañado justo cuando has descendido hasta lo más profundo. Tan insoportablemente hondo que nadie te quiso acompañar hasta allí, tan solo él, el imparable.

Vuelves a escuchar la voz del que es tu mejor amigo hasta el momento y sus terroríficas palabras. Gritos, llantos, lamentos y suspiros vuelven de nuevo a la caja, junto a los trocitos que no se evaporaron. Y con la mirada envuelta en sal, buscas como volver a reconstruirlo todo, pero faltan trozos, aquellos que se perdieron por el camino y se desperdigaron por el pasado dejando cada uno de ellos un pequeño hoyuelo en la figura incompleta.

Poseído por la necesidad de completar todo ese vacío que ya pesa tanto que te hunde mucho más, partes en la búsqueda de algo que desconoces pero que ansías encontrar porque ese nuevo algo es el sustituto perfecto de los pedacitos rotos. Sabes que si vuelves con las manos vacías el imparable seguirá igual, caminando en círculos sin haberse dado cuenta ni siquiera de que te fuiste, aunque también sabes que si te quedas con la miel en los labios todo será aún más cruel. Y tú no lo sabes aún, pero simplemente con buscarlo, ya lo has encontrado.

Y cuando por fin lo entiendas, entonces, podrás mirar fijamente al reloj y decirle "ahora, el imparable soy yo".

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