Hace mucho tiempo, en una
tierra muy lejana, vivía una empresa que no era demasiado
competitiva, ¡o quizá sí lo era! pues consiguió, gracias a una serie de
influencias, tener un trato favorable, así que creció y
creció tanto que lo englobó completamente todo. Se nutría con el
dinero del bolsillo de los ciudadanos que habitaban en aquellas
tierras; aquella empresa absorbió a todas las demás y terminó por
imponer su criterio en todas las esferas que dominaba, implantando
así su autoridad en todos los campos de actividad hasta los que se
extendían sus tentáculos.
Pronto comenzó a
controlar la prensa y demás medios de comunicación -incluso
internet, que fue sustituido por una falsificación-. Obtuvo con ello
un desmedido poder erigiéndose una única y determinada forma de
expresión. Sus pautas insensatas dirigían la vida, se alzó como
voz única y verdadera que todo lo sabía y todo lo podía. En su
suprema potestad hacía y deshacía a su antojo, incluso decidía qué
se podía y qué no adquirir y en qué cantidad, pues era dueña del
mercado. Acabó por controlar el monopolio de todo y sustituyó la
educación y la cultura por el adoctrinamiento. Las personas ya no
eran más que idiotas con un sello que caminaban en círculo con
anteojeras.
Imponiendo qué pensar y
qué consumir dirigía por completo la vida de las personas creando
una sociedad en la que la diversidad casi se había extinguido. Los
pocos pétalos que quedaban de ella eran acallados con una agresiva
fuerza coercitiva. Logró ser la empresa más grande, detestada por
los amantes de la libertad, venerada por los aduladores de la
igualdad y del 'pensamiento' único.
El empresario que dirigía
toda esa gigantesca estructura, era poco menos que el amo que
dominaba a los esclavos voluntariamente sometidos bajo su yugo. Había
conseguido que el esparto pareciese seda en comparación con los
espinos. El Estado creaba la necesidad delirante sí mismo, y los
bípedos implumes -de uñas anchas-, celosos de los salmones, se
empecinan en emprender un camino hacia su propia muerte.
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