Oficialmente es jornada para reflexionar, así que reflexionemos, que para algo nos dotaron los dioses de inteligencia.
Antes de nada, no está de más recordar que muchas han sido las personas
que en el transcurso de la historia se han esforzado con todo su
corazón para conseguir el derecho al voto depositando sobre él la
esperanza de un futuro mejor, dejándose incluso la vida. Es motivo
suficiente para ejercer este derecho, aun sin meter ninguna papeleta en
el sobre, o metiendo, mismamente, un billete de autobús. Hay que ir a
votar, aunque sea por el gesto.
Mañana hay que depositar una
papeleta en la urna para contribuir a nuestro particular teatro
político, que no es otro que el de la partitocracia. Tenemos libertad de
elección, que se dice pronto. Libertad, eso sí, para elegir entre
listas cerradas. Una vez más, no hay opción buena y hay que limitarse a
intentar escoger la menos mala. Se presentan los de siempre, con sus
ideas de siempre; y los nuevos, también con las ideas de siempre, cómo
no, pues España es un sitio de extrañas tradiciones.
Indagando un
poco, mayormente los ancestros ideológicos que hay detrás de nuestro
pluralismo político se reducen a dos: por un lado el yugo y las flechas,
por otro la hoz y el martillo. Casi nada. Dos mentalidades
irreconciliables y cortadas con la misma tijera, que ignoran -o no
quieren reconocer- todo lo que tienen en común. Introduciendo en la
ecuación el mercado de intereses e influencias existentes tras el
Estado, la propia estructura del mismo, y el talante de la cultura
política a pie de calle, voilà, el resultado es lo que tenemos.
Podremos colocar sobre el tablero piezas rojas, naranjas, verdes, rosas,
azules o moradas, pero las reglas del juego seguirán siendo las mismas.
Y esas reglas reglas -el marco constitucional- sólo podrán cambiarse
cuando estemos de acuerdo y en armonía. Cuando se rechace por completo
la herencia del resentimiento, cuando se deje de lado la vulgaridad, y,
sobre todo, cuando arraigue completamente y finalmente florezca, el
sentido común.
De momento, el rebaño no se preocupa por descubrir
las cosas por sí mismo y se limita a imitar tanto a aquellos que se
creen en posesión de la verdad como a quienes la maquillan.
La
cosa no es ya que el personal carezca de conocimientos básicos en
materia jurídica, económica o filosófica, o no comprendan porqué no
existe una verdadera separación de poderes, es que ni tan siquiera
conocen con exactitud algo tan importante como es la historia. Ni se
molestan en leer y contrastar los programas electorales ni mucho menos
sospechan como se organiza y funcional el Estado. Y hoy en día la
ignorancia no es que sea fruto de la casualidad o de la injusticia, es
fruto de la pereza. Con las facilidades y los medios de los que se
dispone, el que está desinformado es porque quiere, nada más. Vivimos en
una época en la que todo el conocimiento está al alcance de cualquiera
que se proponga consultarlo, y a pesar de esto el nivel cultural del
electorado es un auténtico crimen contra la democracia.
Mañana
los obcecados por el fanatismo y la «selfie-tropa» -si es que finalmente
se animan- se acercarán a las urnas para decidir cual será el futuro de
España durante los próximos años.
Creo que con esto ya está dicho casi todo.
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