Cada
día hay en España más admiradores de lo intrascendente; es ahora
este país un paraíso para los necios lleno de amantes de los
superfluo, donde la banalidad inunda las redes sociales, rebosantes
de sensiblería en oferta.
En
la pantalla, a más bazofia más audiencia, y en el informe PISA,
como no, por debajo de la media. Mientras los teléfonos sin batería
van provocando síncopes a sus subyugados dueños, los libros de las
bibliotecas siguen acumulando polvo. Nos invita a pensar que más de
uno quizá necesite un recalibrado cognitivo urgente.
Y,
bueno, algunos son simplemente idiotas, otros, además de idiotas,
idólatras, fanáticos de cualquier cosa. Nuestra sociedad está
plagada de sabelotodos y la inopia cultural nos invade. Es lo que nos
ha dejado el olvido y el desconocimiento. Ojalá logremos pronto
cambiar lo trivial por el trivio.
El
español se empecina en recordar sólo lo desagradable. Sería
injusto negar que en nuestra historia hay episodios vergonzosos, pero
igual de injusto es negar la España que quiso brillar. Si por un
momento dejamos a un lado los prejuicios y miramos atrás, no
faltan las luces que puedan ilustrar un nuevo renacimiento.
Recordemos
a la generación del 98. También la del 27. A Cervantes y el
Quijote, a Lope de Vega, a Góngora y a Quevedo. Ortega y Gasset,
María Zambrano. Vicente Alexandre, Cela, Juan Ramón Jimenez, Severo
Ochoa, Ramón y Cajal, Mario Vargas Llosa... Velázquez, Picasso,
Dalí, Lorca, Séneca, Averroes, Blas de Lezo, el Empecinado...
El
autogiro de Juán de la Cierva, el submarino de Jerónimo de Ayanz. Y
el de Isaac Peral. Los mapas de Juan de la Cosa. El Escorial de los
mares. La Esgrima Española. la Constitución de Cádiz. La guitarra
flamenca. Y hasta el ajedrez moderno, que se desarrolló en Valencia.
Incluso hubo un día en el que los guerreros samuráis fueron
derrotados por el acero toledano.
Durante
más de cuatrocientos años, en nuestro país no se puso el Sol, pero
a día de hoy permitimos que el oscurantismo tenga un lugar sagrado
entre nosotros, regodeándonos en la mediocridad. Que no se diga que
los que marcaron el Cinturón de Orión en el Dolmen de Soto no son
antepasados nuestros. Forman parte de nuestra identidad todos los
pueblos cuyo hogar también fue la Península Ibérica. Celtas,
tartessos, fenicios, romanos, árabes... Atesoramos su arquitectura,
pintura y literatura que tanto nos enriquece.
La
de Cervantes es la segunda lengua materna más hablada del mundo, y
además podemos estar orgullosos de que conviva con la diversidad
lingüística del gallego, el catalán y el euskera; y de que el
andaluz mantenga vivo al castellano antiguo y además los fusione con
fonemas árabes que hace suyos. Y todo esto, nada más y nada menos
en un territorio con una variedad climatológica y geográfica,
simplemente, espléndida.
¡Cómo
no sentirnos afortunados de tener como herencia todo este legado
cultural! Aprovechémoslo, saquémosle todo el jugo para
descubrir qué maravillas nos quedan aún por crear. En nuestras
cenizas todavía quedan ascuas; cuando volvamos a abrir los libros,
dejemos de meternos el dedo en el ojo y nos tendamos la mano para
abrazarnos, los españoles, seremos imparables.
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